El término inflación alude al aumento
continuo y generalizado del índice de precios en relación con una
determinada moneda, y durante un lapso específico de tiempo. La inflación
produce una desvalorización del poder adquisitivo de la moneda.
INFLACIÓN BAJA O MODERADA: este tipo de inflación se
caracteriza por la lentitud y estabilidad en el incremento de los precios.
Cuando existe una inflación moderada las personas tienden a comprometer su
capital a través de contratos a largo plazo, ya que confían en que su dinero
valdrá lo mismo tanto dentro de un mes como en un año. Las tasas anuales de
inflación no deben superar el dígito único para que se consideren moderadas.
INFLACIÓN GALOPANTE: tiene lugar cuando los precios
aumentan las tasas de inflación de dos o tres dígitos, en el transcurso de un
año. Esta situación viene acompañada de una serie de cambios de carácter
económico: los contratos se realizan utilizando una moneda extranjera, dotada
de mayor estabilidad (como por ejemplo el dólar) y los individuos intentan
utilizar sólo el dinero necesario y suficiente, ya que éste pierde su valor de
manera muy abrupta.
HIPERINFLACIÓN: consiste en un incremento anormal y exagerado en
las tasas de inflación, que puede alcanzar un 1000% en el transcurso de un año.
Es propia de las crisis económicas, y se caracteriza por una pérdida del valor
del dinero, disminución del poder adquisitivo, y porque las personas intentan
gastar su capital lo más rápido posible, antes de que éste carezca de valor.
Sin embargo, el
concepto ha dado origen a discusiones tanto técnicas como teóricas en el
desarrollo de las ciencias
económicas. Esas discusiones van desde la definición de que es un mercado a que
se entiende por precio, dificultades que adquieren un auge particular en la microeconomía, ámbito en el cual una
de las funciones más importantes de un economista es la determinación de
precios que maximicen la ganancia de una empresa. Sin embargo, la problemática
también se extiende al ámbito macroeconómico,
en el cual cálculos acerca de precios juegan un papel central en la
determinación del hipotético equilibrio
económico.
Históricamente, la escuela clásica consideraba que existen dos “precios de
mercado”: el que se debe a la
competencia (o precio natural) y el que se genera sin
competencia (o precio monopólico). En las palabras de Adam Smith:
"El
precio de un monopolio es en cada ocasión el más alto que se puede conseguir.
El precio natural, o el precio de la libre competencia, por el contrario, es el
más bajo que se puede tomar, no de hecho en cada ocasión, pero sobre un tiempo
considerable. El uno es en cada ocasión el más alto que se puede exprimir de
los compradores, o el que, se supone, van a consentir dar: el otro es el más
bajo que los vendedores generalmente pueden permitirse aceptar, y al mismo tiempo
continuar sus negocios."
El
"precio natural" depende directamente, en esta visión, del valor de
un bien, y ese valor equivale a la "cantidad de trabajo" necesario
para producir el bien en cuestión. Esto es conocido como la teoría del valor-trabajo.
La
asunción general es que, en un mercado libre y dado que hay competencia, los precios de mercado disminuyen al límite posible: el del coste de producción. Consecuentemente, desde este punto de vista, el
precio de mercado de un bien o servicio depende de la producción u oferta (ver: Ley de Say). Si, por cualquier motivo ese
coste de producción cambia, el precio de mercado cambiará. Por ejemplo, cuando avances tecnológicos facilitan la producción,
disminuyendo los costes, los precios de mercado disminuyen.
Lo
anterior implica que, asumiendo competencia, los productos son intercambiado
por otros a una cierta "tasa de cambio" fija en el corto y/o mediano
plazo, cualquiera sea la moneda que escojamos para expresar
esa relación: la tasa está determinada por la "cantidad de trabajo" o
valor de los bienes en cuestión. Eso es conocido como la neutralidad del dinero: variaciones en la cantidad del
circulante sólo afectan precios nominales, sin que tengan ningún
efecto sobre las variables reales (cantidad producida y consecuentemente
demandada, etc.).
Sin embargo,
esa concepción da origen a una variedad de problemas. Entre esas se encuentra
el llamado problema de la transformación: básicamente, cuál sería
el cálculo necesario para transformar esa "cantidad de trabajo" (como
sea que sea medido) en precio de mercado.
Ese
problema permaneció irresuelto por mucho tiempo. En la actualidad, y a pesar
que el asunto permanece debatido muchos consideran, a partir
del análisis de Piero Sraffa que la solución es
simplemente que no hay tal transformación: el cálculo en términos de
"valor" no es traducible a cálculos en dinero: el productor (o
capitalista o empresario, etc) no se interesa en producir "valor
extra" ni sabe como efectuar el cálculo en esos términos. Eso significa
que gran parte del cálculo y análisis económico de los clásicos necesita, por
lo menos, ser re-examinado.
Aun con
anterioridad al análisis de Sraffa la escuela marginalista había propuesto que los
precios de mercado dependen principalmente de la demanda:
cualquiera que sea el costo o esfuerzo de producir un bien, este solo podrá ser
vendido al precio que el consumidor esté dispuesto a pagar. Y ese deseo a pagar
depende de la percepción por los consumidores de la utilidad del
producto.
En este
respecto la intención de los marginalistas era, en las palabras de Jevons:
"liberarse de la “la teoría del “Fondo de salarios”, la doctrina del valor
del costo de producción, la tasa natural de los salarios y otras doctrinas ricardianaserróneas
o confusas”. Jevons -en acuerdo completo
con Menger y
otros - agrega: "La repetida reflexión y la investigación me han llevado a
la opinión, más bien novedosa, que el valor depende por completo de la
utilidad."
Para explicar las variaciones de precios, los marginalistas
introdujeron el Principio de utilidad marginal decreciente. En la visión de
Ricardo, por ejemplo, se concibe que los diamantes tengan valor porque algunos trabajan
para encontrarlos y transportarlo a grandes distancias. Y, como quiera que eso
es no solo difícil y peligroso, pero además requiere mucho esfuerzo en relación
a los diamantes "producidos", estos cuestan mucho. En la visión
marginalista, mineros buscan diamantes porque hay una demanda por ellos. Pero,
en la medida que alguien los posee, disminuye lo que ese individuo está
dispuesto a pagar por ellos, consecuentemente el "precio" del diamante
no es fijo, depende de cuánto los desee un potencial comprador. De la misma
manera, el primer vaso de agua para un sediento vale más que los sucesivos. Y
por el mismo principio, los individuos estarían dispuestos a pagar más por una
casa para vivir que una para vacaciones.