Clase 02-02-2016
LA MASACRE DE LAS BANANERAS
Después de varios días de huelga los obreros de la zona bananera en el
Departamento del Magdalena, se enfrentaron con el ejército, desplegado allí
para evitar alteraciones del orden público y “un golpe de mano” que tenían planeado
los comunistas, organizadores de la huelga, según rezaba la propaganda
difundida por distintos medios de comunicación. Sobra decir que impresos, pues
entonces no había de otros.
¿Qué pretendían los supuestos comunistas al lanzar a los obreros de las
bananeras a una huelga que, desde el primer momento, fue calificada de
subversiva por el Gobierno? ¿Qué intentaban subvertir los obreros de la zona
bananera? ¿Acaso estaban formando un ciclón revolucionario bolchevique –como
editorializaban los respetados periódicos conservadores y preconizaban desde
los púlpitos los venerables representantes de Dios en la Tierra—ciclón que
barrería con las vidas y haciendas de la gente de bien?
No podría explicarse, ni menos comprenderse, por qué ocurrió un episodio como
la masacre de la Zona bananera del Magdalena, sin tratar de entender el influjo
de un acontecimiento acaecido diez años antes, la Revolución bolchevique de
Rusia, al concluir la primera guerra Mundial, y el establecimiento de la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas, primera república socialista en el mundo,
que a su vez produjo el nacimiento de dos corrientes opuestas: la de los que
veían por fin materializado el ideal de la igualdad social y de la justicia
verdadera, encarnado en Lenin y sus bolcheviques, la redención de las clases
trabajadoras y la condena definitiva de la explotación del hombre por el
hombre; y la de los que advirtieron en a revolución soviética una amenaza
mortal para el orden capitalista, la desaparición de la propiedad privada y el
establecimiento de la horrenda dictadura del proletariado. La primera corriente
ganó muchos adeptos en todo el mundo. Los obreros se organizaron en sindicatos,
las huelgas se extendieron y poco a poco los trabajadores le arrancaron al
capital amedrentado concesiones y derechos con los que, diez años atrás, ni se
hubieran atrevido a soñar.
Como es natural el Partido Conservador –en el que militaban personalidades
progresistas como José Vicente Concha, Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina o
Guillermo Valencia—no podía estar de acuerdo con las prédicas subversivas del
bolcheviquismo, y las combatió sin tregua en el parlamento, en el Gobierno, en
la prensa y en los púlpitos. Para 1928 el liberalismo –todavía minoritario en
el Congreso—había popularizado su acción social y gozaba del fervor de las
masas. Los obreros, a los que el sector más reaccionario del conservatismo
calificaba de comunistas, eran fervientes liberales porque encontraban en los
editoriales de la prensa liberal, en los discursos de los jefes del
liberalismo, en la idea de la reforma social, su gran esperanza.
Asustados los jefes conservadores y los jerarcas de la Iglesia --que también
eran jefes conservadores, o mejor, los verdaderos jefes—ante la catástrofe
electoral que veían venir para 1930, y la inminente caída del régimen
conservador, adoptaron estrategias desesperadas. Una de ellas fue la
presentación de la ley 69, que so pretexto de reglamentar la actividad obrera,
buscaba meter en cintura a los sindicatos y disminuir la capacidad de acción
política de las masas liberales “comunistas”. Esta Ley 69, apodada “Ley
heroica” por sus promotores, vedaba que los sindicatos atacaran el derecho de
propiedad privada o desconocieran su legitimidad, les prohibía fomentar la
lucha de clases y les desconocía el derecho de promover huelgas. La divulgación
de escritos, carteles y publicaciones que respaldaron los actos declarados
ilicititos por la ley 69, sería sancionada con severidad. En adelante los
obreros se convertían en objeto de aguda vigilancia policial. Sancionó la Ley
el Presidente de la República, doctor Miguel Abadía Méndez, jurista eminente,
hombre probo, temeroso de Dios y más temeroso aún de los poderes terrenales
que, tal la United Fruit Company, eran así mismo omnímodos, como lo dijese en
alguna ocasión el doctor Eduardo Santos, Director de El Tiempo.
Durante el lapso transcurrido entre el 12 de noviembre y el 6 de diciembre la
huelga en la zona bananera no fue una noticia que llamara la atención de la
prensa en la remota capital de la república, ni de las capitales
departamentales. Los diarios conservadores se referían a ella como a una
peligrosa conspiración comunista, y los liberales daban cuenta de las justas
peticiones formuladas por los trabajadores de la zona bananera; pero sin mayor
despliegue en unos y otros.
Los primeros comunicados recibidos en Bogotá daban cuenta de que los
huelguistas, hasta ese momento pacíficos, manipulados por agitadores
comunistas, habían emprendido una revolución de tipo bolchevique cuyo primer
paso era la degollina de los directivos de la United Fruit y de sus familias,
acto que debía ejecutarse el 6 de diciembre, lo que obligó a la pronta
intervención del ejército. Los huelguistas, resueltos a llevar a cabo sus
propósitos, enfrentaron la tropa que, a la orden dada por el general Carlos
Cortés Vargas, disparó contra ellos, mató a varios, tomó el control de la zona
y puso fin con éxito al movimiento subversivo. El Presidente de la república
felicitó al general Cortés Vargas por haber salvado al país de la
anarquía.
En los albores de la revolución soviética el escritor liberal
colombiano Max Grillo había pregonado, a mediados de 1919, que “los obreros
[colombianos] desean formar un nuevo partido que tenga por programa las grandes
reivindicaciones socialistas. El liberalismo, por evolución, puede ser ese
partido socialista”. No eran palabras vanas. Los intelectuales liberales, su
clase dirigente, su juventud, se lanzaron a una en pos del ideal socialista, ya
aclamado por Rafael Uribe Uribe mucho antes de la revolución de octubre de
1917, como un imperativo para el liberalismo. Los patriarcas Baldomero Sanín
Cano, Benjamín Herrera y Max Grillo, y los jóvenes Enrique Olaya Herrera,
Alfonso López, Eduardo Santos, Luis López de Mesa, Eduardo y Agustín Nieto
Caballero, Armando Solano, Benjamín Palacio Uribe, Luis Cano, Enrique Santos,
Ricardo Rendón, María Cano, y varios centenares más de la extraordinaria
Pléyade de liberales de la Generación del Centenario que supieron combinar el
pensamiento con la acción, acordaron, al comenzar la década de los veintes, que
el propósito sagrado del Partido Liberal, en su búsqueda del poder, era plasmar
la reforma social, y acogieron en su plataforma no pocos de los postulados del
socialismo soviético.
Huelga y Masacre
Las gestiones entre el sindicato obrero de las bananeras, dirigido por Raúl
Eduardo Mahecha, y la United Fruit Company, también llamada Compañía Frutera de
Sevilla, llegaron a su punto culminante con la aprobación de la Ley Heroica. La
United endureció sus posiciones y rechazó de plano el pliego de los
trabajadores, cuyas peticiones principales eran la abolición del sistema de
contratistas, el aumento general de los salarios, el descanso dominical remunerado,
la indemnización por accidente y la construcción de viviendas decorosas para
los obreros de la zona bananera. La Frutera de Sevilla rechazó esas peticiones
“subversivas” amparada en la ley 69 de 30 de octubre de 1928 que había
declarado la ilegalidad anticipada de cualquier pretensión obrero que tratara
de obtener, mediante huelgas o cualesquiera otros medios “de fuerza”,
concesiones por parte de los patronos. A los trabajadores de la zona bananera
no les quedó otro recurso que ir a la huelga. Los Directivos de la United
movieron enseguida su vasto aparato de influencias en el alto Gobierno, que
desplegó un contingente del ejército, al mando del general Carlos Cortés
Vargas, para proteger las propiedades en la zona bananera, las vidas de los
directivos de la United, y el orden público amenazado por “los comunistas”. La
huelga de los trabajadores de la zona comenzó el 12 de noviembre.
Hubo enorme confusión en las primeras versiones. Los
despachos periodísticos hablaban en unos caos de “miles de muertos” y en otros
de “unos pocos muertos y heridos”. La pensa liberal destacó el hecho de que se
había disparados osbre obreros inermes que efectuaban una marcha pacífica
compuesta por trabajadores, sus mujeres y sus niños, dato reconocido por el
propio general Cortés Vargas, que justificó el abaleo en el supuesto de que los
huelguistas habían puesto de mampara a las mujeres y a los niños en la creencia
absoluta de que el ejército no se atrevería a dispararles y que así los obreros
podrían llegar a salvo a los cuarteles de Ciénaga y apoderarse de ellos.ellos.